Plácidos
días del postrero octubre.
Todo
luce ensimismado dejando hacer al otoño, ese inspirado decorador de
exteriores municipal.
El
tranquilo instante tiene el unte de gracia de la estación: la ciudad enseña el
reiterado perfil de la que se sabe guapa, la catedral muestra su larga pierna
torreada, la mejilla del cielo su rubor turquesa; los árboles del río doran su
sonrisa, y el aire agita pañuelos de seda en nuestra cara...
Sí,
son estampas de calma chicha.
Sin
embargo, los diales corren agitados e informan de la acción del gran rodillo de
la justicia, y los boletines dan cuenta de grandes berreas por las frondas de
la política.
El
pasado lunes 27 de octubre se reabre la veda cinegética de la abundante
especie de SobreCogedores públicos en nuestros cotos. Más de 50
detenidos, entre ellos 6 alcaldes, un presidente de diputación, empresarios y
otras piezas de caza menor. Todos ellos se unen en los pabellones judiciales a
los trofeos mayores de un deshonorable president y de fortuna poco general; al
del innoble deportista que cambió el
balón de su mano por los billetes de 500, un banquero aterciopelado que nos ha
salido con la vieja caspa del siseo, y un ex director poco rectoral del Fondo
-sin fondo- Monetario Internacional...
Y
las cornetas anuncian que seguirá la
montería.
Nadie
sospechaba esta otoñada, no, ni que en el humus de las arcas comunales había
tantas setas tan venenosas, ni que caerían tan grandes hojas secas por los
rotativos.
¿O
sí…?
Ahora
a todos les entra la prisa por desecar hongos de sus listas, de podar las tupidas
hiedras trepadoras de sus fachadas, y como en aquella canción de los
sesenta, de barrer de sus casas la repentina y feroz
hojarasca.
Y
es que, se entiende, en nuestras compañías bananeras de recolectar votos, nadie
sabía dónde estaba la escoba.
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