Escena urbana en Salamanca, España, otoño de 2014. |
Sí, ayer vi de nuevo, en la hora pronta en que bajo al centro, al otoño iniciando en la pasarela arbórea de nuestro río su esplendorosa colección de colores para este año.
Así que saqué mi compacta de juguete, y clic, clac, como si no costara.
Y sin embargo, vengo ahora con un triste banco ciudadano de una plaza, sin palomas, sin ancianos; con el poco glamour de la caída de las hojas de un árbol de acera; con una retahíla de anodinos contenedores de basura con su servicial brillo concejil, tan neutros , eficaces, de tan soterrada urbanidad.
Éste es el ajuar que la ciudad propone en oferta nupcial a mis ojos.
Y me gusta este atavío de andar por casa, esta manera de recibirnos en bata y zapatillas que tienen las cosas de la urbe.
Por aquí cada día paso, también en sucesión grávida y nazarena: la misma plaza, la misma hora quieta en las campanas, el mismo silencio descreído del amanecer ciudadano.
El instante es doméstico, consabido, resignado.
Las cosas de la ciudad callan y aguardan, saben que el solitario oficinista volverá a pasar mañana, y que también traerá en su mirada las pirotécnias de la gracia, esas que tienen las cosas de cualquier otro lado.
Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes
No hay comentarios:
Publicar un comentario