miércoles, 29 de octubre de 2014

Un otoño inesperado

Vista de Salamanca, España, desde las instalaciones hípicas del barrio de San José. 26 de octubre de 2014.

                             De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca.
                                                                                                               
                                                                                                            LA HOJARASCA
                                                                                                            Gabriel García Márquez


Plácidos días del postrero octubre.

Todo luce ensimismado dejando hacer  al otoño, ese inspirado  decorador de exteriores municipal. 

El tranquilo instante tiene el unte de gracia de la estación: la ciudad enseña el reiterado perfil de la que se sabe guapa, la catedral muestra su larga pierna torreada, la mejilla del cielo su rubor turquesa; los árboles del río doran su sonrisa, y el aire agita pañuelos de seda en nuestra cara...

Sí, son  estampas de calma chicha.

Sin embargo, los diales corren agitados e informan de la acción del gran rodillo de la justicia, y los boletines dan cuenta de grandes berreas por las frondas de la política.

El pasado lunes 27 de octubre se reabre la veda cinegética de la abundante especie de SobreCogedores  públicos en nuestros cotos. Más de 50 detenidos, entre ellos 6 alcaldes, un presidente de diputación, empresarios y otras piezas de caza menor. Todos ellos se unen en los pabellones judiciales a los trofeos mayores de un deshonorable president y de fortuna poco general; al del  innoble deportista que cambió el balón de su mano por los billetes de 500, un banquero aterciopelado que nos ha salido con la vieja caspa del siseo, y un ex director poco rectoral del Fondo -sin fondo- Monetario Internacional...

Y  las cornetas anuncian que seguirá la montería.

Nadie sospechaba esta otoñada, no, ni que en el humus de las arcas comunales había tantas setas tan venenosas, ni que caerían tan grandes hojas secas por los rotativos.

¿O sí…?

Ahora a todos les entra la prisa por desecar hongos de sus listas, de podar las tupidas hiedras trepadoras de sus fachadas, y como en aquella canción de los sesenta,  de barrer de sus casas la repentina y feroz  hojarasca. 

Y es que, se entiende, en nuestras compañías bananeras de recolectar votos, nadie sabía dónde estaba la escoba.


Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

viernes, 24 de octubre de 2014

Parábola de los hombres araña

Edificios con intrervenciones artísticas promovidas por ZOES, Asociación de Vecinos del Barrio del Oeste de Salamanca, España. 
En primer término, fachada con la  obra realizada por David de la Mano.  
Fotografía propia, abril de 2014.


Creo que fue por entonces cuando empezó a subirse la gente a las paredes.

Tiempo atrás había nacido un virus económico, e incubado en las huras financieras se hizo grande y devoró lo que había por aquellas tierras. Cruzó luego el atlántico, atacó a nuestros pequeños comerciantes,a los autónomos, a los empresarios, a nuestros compañeros y a nosotros mismos. 

Desde entonces la gente pierde sus trabajos,sus casas, su ilusión.

Enseguida los obreros comenzaron a caerse de los andamios y sólo sobrevivieron unos pocos que llevaban casco. Los jóvenes tuvieron que coger de nuevo la maleta de cartón y emigrar por carretera, pues los mastodónticos aeropuertos estaban abandonados, y las mujeres, si querían trabajo, tenían que renunciar a parir hijos.

De la cosa pública se olvidaron. A cualquiera le multaban si se ponía enfermo, en las escuelas el presupuesto no daba más que para tres vocales y las otras dos había que pagarlas por lo privado; y en los parques, si te querías sentar, tenías que llevar tu propio banco.

Cerraban los cines , las librerías, las bibliotecas, los museos, los periódicos y los teatros, y uno tenía que demostrar su embotamiento viendo maratones de tertulias televisivas si no quería ser arrestado.

Los políticos perdieron su coraza, se volvieron de cristal, y así vimos sus vilezas.A las tarjetas de los banqueros se les acabó la cuerda, y ya no pudieron volar sobre ellas como los de Alí Babá. Hubo princesas que se volvieron ranas por ensalmo de su morro, y a las pijas se les aparecían jaguars en los garajes y relojes de oro por los cajones.

En los diccionarios bilíngües para ciegos, palabras como "Honorable" se suicidaban, y viejos conceptos como "Bien Estar Social" o "Derechos de los Trabajadores" eran arrojados por los barrancos. 

Y cosas aun más extraordinarias están ocurriendo,tú lo sabes, así que qué te voy a contar...

Al principio muchos se sentaban por las plazas y ocupaban las calles, Pero luego sólo les quedaron las paredes a las que subirse. 

Ahora hay en ellas millones, y nadie sabe cómo sobrellevan allí la situación viviendo como del aire. 

A veces, cuando voy por la calle, veo caer a alguno que ya ha perdido sus fuerzas.Es entonces cuando los que crearon aquel virus salen a los balcones, sonríen, se felicitan, y chocan sus móviles en un brindis por el nuevo ajuste en sus libros de cuentas.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes.

miércoles, 22 de octubre de 2014

El ajuar de la ciudad


Escena urbana en Salamanca, España, otoño de 2014.

Sí, ayer vi de nuevo, en la hora pronta en que bajo al centro, al otoño iniciando en la pasarela arbórea de nuestro río su esplendorosa colección de colores para este año.

Así que saqué mi compacta de juguete, y clic, clac, como si no costara.

Y sin embargo, vengo ahora con un triste banco ciudadano de una plaza, sin palomas, sin ancianos; con el poco glamour de la caída de las hojas de un árbol de acera; con una retahíla de  anodinos contenedores de basura  con su servicial brillo concejil, tan neutros , eficaces, de tan  soterrada urbanidad.

Éste es el ajuar que la ciudad propone en oferta  nupcial  a mis ojos.

Y me gusta este atavío de andar por casa, esta manera de recibirnos en bata y zapatillas  que tienen las cosas de la urbe.

Por aquí cada día paso, también en sucesión grávida y nazarena: la misma plaza, la misma hora quieta en las campanas, el mismo silencio descreído del amanecer ciudadano. 

El instante es doméstico, consabido, resignado.  

Las cosas de la ciudad callan y aguardan, saben que el solitario oficinista volverá a pasar mañana, y que también traerá en su mirada las pirotécnias de la gracia, esas que tienen las cosas de cualquier otro lado.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

domingo, 19 de octubre de 2014

La brecha del domingo



La mañana llega, y es domingo.

Levanta el párpado la hora y trae vocación de pluma de ganso, de apéndice angelical, de dulce ruptura de cristal.

El sueño rompe mullido, crujiente, recién horneado entre las sábanas; como tú entre mis labios, ignorada semanal, consabida compañera siempre, y hoy nave sideral.

Así fue el instante de los que pisaron la nueva tierra allende los mares, u otros astros allende los cielos. Así iza su bandera en el rojo lunar del calendario nuestro ánimo, y así proclama su homilía redentora el estaño de la luz.

Es momento de leves cónclaves en las prensas de los ojos, del alegre revolotear de las páginas de los periódicos, del ungido del óleo de la tinta, aunque sea virtual.

Es día de gastronómicos festejos: de espumas de cielos, emulsión de aires, bouquet de cotidianidad con cierto regusto en boca al tanino de la posibilidad, y de dar mucho nitrógeno líquido al torrezno laboral.

Nací en domingo, me dijeron, y el almanaque no lo desmiente.

He aprendido a aceptar lo que me quiere enseñar la edad: a recuperar los domingos de la niñez sobre los juveniles funerales del sábado.

Ahora queiren volver los dominicales de las abuelas, allá en La Alberca o en Abusejo, con sus bautismos de estropajo y jabón lagarto,la aplicada derrota de la roña semanal,la ropa con olor a membrillo y mano de madre,las confidencias remotas de la colonia, las inspiradas geometrías de los peines en las niñas, unos cinco duros de una paga que era un Potosí, unas pipas, la sagrada sábana del cinema en el salón parroquial. 

Es domingo,sí. Levanta, amigo, que hoy toca remuda en el alma.

Publicado en el periódico digital
Salamanca rtv al Día,
10 de mayo de 2015


Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes









domingo, 12 de octubre de 2014

Lo que vence y lo que convence

Monumento a don Miguel de Unamuno en la calle Bordadores de Salamanca.Obra de Pablo Serrano iniciada en 1966 y ubicada en 1968.
                         
"Dije que no quería hablar porque me conozco, pero me han tirado de la lengua y debo hacerlo"


Inicio de la intervención de Miguel de Unamuno

Paraninfo de La Universidad de Salamanca
12 de octubre de 1936.



Fue un doce de octubre, bien se sabe.

Era 1936 , y aquel día llegaba bautizado con el agua de la metralla con el nombre de "Día de la Raza". 

Era un tiempo demediado en el que había dos razas: la de los Hunos y la de los "Hotros".

Se reunían en Salamanca, en su Universidad, aquella que tan duro lo prestaba y que sin embargo presta se anduvo para dejar su sala de alto dosel. Oh, natura de los tiempos.

Allí fueron con gran alborozo a festejar el día de su raza, que digo yo que sería la hispánica, pues no quiero aventurar que alguno festejara su ibérica cojeada.

Y allá estaba don Miguel, que ya había girado sus 5.000 pesetas para la causa levantisca. Estaba como Rector, claro, un título que tenía a punto de nieve de lo batido de sus idas y sus vueltas. Pero también en representación del caudillo ausente, pues ya se sabe: las cosas del guerrear tienen sus servidumbres. Aunque, cuando se anda de cruzada, hay que tener su tacto, su pompa y su circunstancia, y esto bien se lo sabía Franco, así que allá mandó a su Carmen; la de la polar sonrisa. 

Lo que allí luego pasó, no se olvida.

Unamuno, tan sedente en aquella capilla de centenaria inteligencia , se lo traía sabido desde muy atrás, pues había dicho: "Yo no estoy ni a la derecha ni a la izquierda (...) Cuando todo pase seguro que yo, como siempre, me enfrentaré a los vencedores". Y allí se metió a batallar, a contra corriente otra vez, cuando apenas aquella molicie bipartita  y visceral acababa de empezar y nadie fiaba todavía un vencedor. 

Don Miguel de Unamuno en la tribuna del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, junto a Carmen Polo,el obispo de la ciudad Enrique Plá i Deniel, y el ibérico general Millán-Astray. 12 de octubre de 1936.
A los héroes del cómic les salvan sus coloreados trajes, y en aquel apuro en que su insobornable pensamiento le metía a bote pronto, dicen que fueron los poderes del vestido negro España de la Polo la que le remedió el día al desvalido docto.

Ah,don Miguel, qué raza de hombre; un Sócrates que a menudo se bebía la cicuta de sus palabras, un Nietzsche llano, suculento y propio como las patatas meneadas.

Unamuno nos sigue pensando desde sus libros, y acaso desde el bronce de su estatua.

Yo no sé que pensaría de estos tiempos nuestros en que pupulan tantas razas por el día patrio: la raza de los políticos sobreCogedores, pues si no cogían ellos los sobres los apañaban otros; la raza de los banqueros que asaltan las entidades sin embozarse siquiera y a golpe de tarjeta; la raza de los nacionalistas que quieren acotar su zona para esquilar mejor en su rancho; esa raza sindical vendimiadora de agostos; la otra raza empresarial de cursos laborales tan bien cursados por lo poco corriente de sus cuentas; esa raza, en fin, del global poder que usa más la tijera que la aguja para remendar los parqués de las bolsas de Alí Babá...

Y no sé cuántas razas más de las que hay en el escombroso paraninfo nuestro. Son un virus, dicen muchos, y no se refieren al ébola. 

Ay, siempre los unos y los mismos.

Sí, don Miguel, de nuevo 12 de octubre, nuestro día nacional y de santa hispanidad. No sabe usted lo vencido que en estos tiempos se va sintiendo el personal, y lo poco convencidos que nos deja nada ni nadie.

Pero todavía nos convencen los que saben rectificar en actos nobles como aquel, y la ingrávida victoria de todo pensamiento oportuno  y valiente.
La fotografía más conocida de aquel acto, pero al contrario de lo que se cree, Unamuno  no sale aquí  de la Universidad de Salamanca después del altercado sucedido, como así hubo de ser: Increpado, insultado, amenazado... Los investigadores nos indican que es el momento en que él y el obispo reciben al general Millá-Astray a su llegada a la universidad- 12 de octubre de 1936.
Aunque yo no sé, don Miguel qué pensaría usted, que gustaba de navegar siempre a contracorriente, que de todo su obrar y cavilar, lo que más le recordemos sea esto.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes




miércoles, 1 de octubre de 2014

Al sol tierno de San Miguel

Justo, a sus 101 años en la Plaza Mayor de Salamanca,
el 29 de septiembre de 2014, día de San Miguel.
Ayer coincidí con Justo.


A Justo ya lo conocéis de nuestro primer encuentro del que cuento en esta bitácora, en "La perspectiva de la edad", de cuando su edad era esférica como un siglo.

Entonces le hice una pregunta, que de eso iba la crónica.

Ayer, caminando hacia sus 103 años, le acompañé por el redondeo de los minutos en nuestra Plaza Mayor. Hicimos juntos unas vueltas en el sentido de las agujas del reloj por la ancha explanada de granito. "Es la costumbre de los hombres ", me iba diciendo el noble anciano en nuestra marcha. Las mujeres, continuó, también andaban por aquí a redondear el rato, pero ellas zurcían sus vueltas sobre el solado en el sentido contrario al nuestro.

Supe que siempre había un punto en el que los recorridos unían a los géneros, en que las circunferencias de los distintos pasos coincidían y el instante les alineaba. Era entonces cuando mujeres y varones volcaban sus ojos en el objeto de su elección y que el momento , y las miradas enzarzadas brillaban, soltaban destellos de suave combate por el aire plateresco, y se traspasaban y unían como por ensalmo; como los aros metálicos de los magos.

Oh, maravillas del deseo, imanes de lo afín, birlibirloques del amor.

Yo advertía en nuestra ronda por el solado, que siempre que pasábamos por la fachada del ayuntamiento, a Justo se le enzarzaba la mirada en la blanca pupila del reloj municipal, y que en ese instante me suspendía su plática.

La vida, qué cosa no tendrá para seducirnos con sus vueltas también, para apresarnos al escuchar el tic-tac de la dádiva de sus dones.

Y luego seguíamos con nuestro paso concéntrico, como tantos otros. Todos en el mismo sentido, con ritmo medido, cauto; como si en realidad removiéramos la masa de la hora para que no se nos cuajara este tiempo de otoño primerizo, ni se nos cortase el tierno sol de San Miguel.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes.

Otro día, otras vueltas con Justo:


Con Justo, gran paseador de la Plaza Mayor.