viernes, 25 de abril de 2014

Un cuento con ocho colores






Mi padre Ricardo de Arriba (5 de junio de 1933  -  26 de octubre de 1970)
 carpintero y a ratos ebanista, sobre la llamada "Serpiente" que acaba de tallar.
Es ésta una figura de cuerpo de macho cabrío y con seis cabezas de  bichas
que el  diablo cabalga en el acto sacramental de "La Loa", que
cada año, por las Fiestas de Agosto, se representa en
 La Alberca, en la Sierra de Francia salmantina.
Fotografía de 1957.



Me lo contó mi madre.


Sí, ella me dijo que ésta era nuestra historia, así que no es que en este relato se me haya caído el bote de la levadura.

Ya no me acuerdo cuando fue, ni en dónde, ni siquiera si mediaba el día o la noche,de si el sol mordía al mundo o le acariciaba la nieve cuando me hablaba.

Pero le pondré lluvia a estas palabras, pues el canto del agua siempre hace buen eco en el recuerdo.

Y esto sucedió en Babeca, un lugar que he ido haciendo en tardes lluviosas con todos los rincones de la tierra en la que nací: la Sierra de Francia salmantina. Con todos, como digo, y con ninguno en especial.

Ahorraré palabras para contar el noviazgo de una pareja serrana, ya que estaba reglada por la tradición con un protocolo denso y sustancioso como la manteca. Así que a todos los amores les salían las hojas, las flores y los frutos de similar manera que a los manzanos.

Iré a que apenas se casaron, se pusieron a cumplir los recados de la naturaleza, así que enseguida llegó mi hermano mayor. Y ese mismo día el padre primerizo le puso a su oficio de clavador de puntas el traje color ébano de la inspiración, se encerró en su taller toda la noche, y salió al alba con cuna de madera. 

No serían muy buenas las tablas, o tal vez no quiso que lo fueran, pues mi madre me contó que esta primera la pintó de rojo. 

Después al jovenzuelo carpintero le entró la urgencia de una niña. Los años siguientes llegaron verdes, azules, violetas y amarillos, según la pátina de la cuna que repintaba en cada amanecer.

Sí, fueron años coloridos-me decía mi madre de su recuerdo, pero con voz de escarcha - pero todos varones.


Una noche de octubre hubo un accidente y el pintor de cunas murió. No conoció a mi hermana que nació poco después, y nadie sabe de qué color hubiera pintado aquella cuna, aunque no es difícil de suponer.

Después hubieron de mecer las horas insomnes en días negros.

Años más tarde mi madre sacó de una lata metálica esta foto y me la dio. También un billete azul Zuloaga de 500 pesetas del atijo de su pañuelo, y un adiós brumoso de donde no quería sacarlo. 

Y yo me fui a la inmigración a cumplir los encargos de la existencia.


En el coche de línea que me llevaba a la ciudad, remiraba la imagen sepia. Amanecía por los campos de encinas, y yo reñía al joven jinete una cabalgadura caprina con seis cabezas de serpiente y hecha con las raíces de un peral.

Seis cabezas, seis hermanos.

Luego, sobre el banco de un parque de la ciudad, mientras esperaba el tren que me llevaría a la vida que me esperaba, yo le decía al joven de la foto: "Pero hombre, bájate de ahí, no ves que eso trae mala suerte...". Y repetía entre el gorjeo de los pájaros que a lo peor por eso se murió.

A mi padre le decían “El Sordo”, pues era duro de oído, esto lo sabía, pero lo que yo todavía ponía en duda era la sordera total del tiempo para atender a nuestras demandas de enmienda.

Y el lector avispado que hasta aquí ha llegado, pensará que a este relato le falta un color, si contamos el previsible de la niña, para cumplir con su título.


Andando el tiempo llegaron un niño y una niña más a la familia, y  ambos traían sus cabellos casi albos.


Acaso la vida sea un teatro, un acto sacramental de fatalidad, lucha y gracia, al que asistimos como espectadores esperando la llegada de los ángeles blancos, eso que a veces llegan como a remediar, como en un gesto de paz y de humilde desagravio. 


                       A mi madre, a mis siete hermanos.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

26 de octubre de 2014.

Hoy el reloj se ha desdicho de su hora en la alta noche.

Pasamos al horario de invierno y el día paseará una hora más.
Cómo me gustaría hacer lo mismo con tantos momentos de mi vida, el poder retrasar el minutero en un ejercicio de enmienda de lo hecho, o dejado por hacer.

Y de todas la horas que yo quisiera poder retrasar para su enmienda,  la que más me interesa es una que aconteció en un 26 de octubre de 1970, justo hace hoy 44 años...

Ha sido la primera vez que veo esta talla,y no, no la quise tocar...
En la Casa de la Cultura de La Alberca, 14 de septiembre de 2014-


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