Adiós a los días de un sol de golosina, a los cielos unánimes o con las nubes parlamentarias.
Adiós a la lluvia caída como collares de plata, a la niebla embozada en la mañana, al viento de larga escoba, y al frío que empezó a afilar sus navajas en nuestras caras.
Adiós a una bandada de pájaros que vi en la madrugada, a la cencella marmórea de los campos huidos de la noche rasa, a las arboledas con su sonrisas de hojalata y que ahora ya están en sus raspas.
Adiós a las hojas secas, adiós, pues eso empiezan a ser ya estas palabras.
Ángel de Arriba Sanchez
El Escribidor del Tormes
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